miércoles, 18 de abril de 2012

¡Peligro, hay hinchas!

Se jugaba la final de la Copa Colombia en el 2009, y por esos impulsos que son causados por el amor o aprecio que se le tiene a ciertas cosas, fui al estadio El Campín a ver jugar a mi "Superdepor", como conocemos al equipo que representa a todo mi departamento; "al Pasto", como es conocido en el país o "al equipo pastense", como "erróneamente" lo llama uno que otro periodista.

Fui con mi gran amigo Chepe, quien me invitó a ver dicha final, él también fue motivado por quien es su equipo preferido, el Santafé, creo que ese día estaba estrenando la chaqueta oficial. En fin, el estadio nos esperaba, un clima adecuado sobre la ciudad, la emoción al acecho y un partido emotivo para disfrutar entre amigos, sí señores, era la final entre Santafé versus Pasto.
Yo iba preparado para estar con mucha gente amante del fútbol, a escuchar risas, a sentir emociones a integrarme a un grupo de personas que disfrutan del "juego". 
Arribando al Estadio El Campín, mi primera sorpresa fue toparme con unos enormes caballos, "maniobrados" por unos amenazantes policías, sólo supuse que organizar a mucha gente requeriría un dueto que sobresaliera entre todos, así que simplemente pasé, esquivando a estos caballos (es decir, a los animalitos). Continuando con el ingreso, un auxiliar bachiller, del combo de los policías también, hizo que me quitara mi correa, cuya hebilla plástica pensé que no tendría problema, pero no fue así, tuve que retirarla para poder entrar, al fin y al cabo, a la salida podría recuperarla (¡ja! si, como no).

Ya al interior de "El Campín", lleno total, mi amigo me guió hacia un sitio en el que podríamos ubicarnos, pues había puesto para los dos, así que nos dispusimos a esperar la salida de los equipos, aclaro que yo estaba al lado de los hinchas del equipo rojo, y desde ahí miraba a mis paisanos en la gradería que habían asignado sólo para ellos, fue emotivo, mi combo pastuso, estaba presente y yo estaba con ellos de corazón.
El partido inició y, consigo, la emoción creció.
Instantáneamente celebraba una llegada de mi Pasto al arco del Santafé, sentí muchas miradas, literalmente, cargadas de ira, ni siquiera de inquietud, sólo rabia, malestar, en fin, miradas con señalamientos que me llevaron simplemente a cohibir cualquier tipo de expresión de emoción. Esto que relato, fueron por mucho un par de segundos, suficientes para cuestionar que aquello de "la pasión del fútbol" está demasiado arraigada a los hinchas, el fútbol dejó de ser un juego para pasar a ser un campo de batalla, un escenario en donde no eres bienvenido si tu camisa no es la misma que yo llevo (cabe destacar que yo fui sin ningún tipo de uniforme). La tiranía de los hinchas, aunque entre risas y aparentes cantos, es lanzada con pleno ambiente de odio, se percibe, se percibe muy claramente.

El partido se decidió por penales, la emoción aún más grande que durante todo el partido, aún así, continuaba cohibida. Para ese entonces mi amigo había asimilado la situación, un momento de emoción, podía ser un momento de peligro. Culminó el partido, mi SuperDepor perdió, la emoción santafereña en pleno y compartí parte de la emoción, felicitando con un abrazo a mi amigo por el resultado de su equipo, observando simultáneamente cómo mi gente del Pasto, calmados, con una barra sana (quizás por lo nueva en el ambiente profesional del deporte) y llena de apoyo sólo para su equipo, sin odios encontrados, era retirada por otro combo de policías.

La sensación final, a parte de la tristeza porque mi SuperDepor no fue campeón, era desconcertante, sentía como si hubiese estado en un atentado (que lo he vivido de cerca) y tratara de ubicar la salida, buscando ser el ser más invisible del mundo, el más desconocido, el más extraño, buscando un lugar seguro, para tomar aire y recuperarme, de ese "algo" que me dejó agotado.