martes, 4 de marzo de 2014

Diga: "treinta y tres"

Ha habido un reencuentro, sin duda, con la vida, con la noche, con la lluvia, con los "¿por qué?", con el pasado que se negó a regresar (pasado con nombres propios debo decir), con el presente nítido y con el futuro aún incierto, ¡excitante...mente... incierto!

Un reencuentro con la crisis, más bien un descubrimiento de aquello que llaman crisis, realmente nunca la hubo, nunca la tuve, no la he tenido, son simplemente nuevas pataletas de la vida, aquella que nos deja ver cómo envejece, nos da señas de que envejece, se deja notar en las nuevas grietas de la impecable casa en la que crecimos, en los dolores de más en nuestros siempre rejuvenecidos viejos, en los niños que ya no lo son, en aquellos que apenas hace unos días sólo lloraban y reían pero que hoy cuentan historias, las suyas propias.

Un reencuentro con el recuerdo de la mamá, la mía, que fue capaz de descubrir a punta de preguntas consentidoras la razón de mi llanto que no me dejaba dormir, era la noticia de que estallaría una guerra en el Golfo Pérsico, sí, yo estaba en la escuela y me parecía nefasto tener que salir y de repente ver la guerra en frente de mí. No es loco, yo era un niño, no me eran claras las distancias.

Reencuentro con papá, el mío, a quien le entregaba una caja de herramientas, pegante y mi juguete preferido... en pedazos. Confiado, sin desilusiones, de recibir de vuelta ese juguete, una vez más, servible por una buena temporada, ahí estaba cada vez que lo necesitaba.

Un reencuentro con recuerdos, vagos, claros y difusos. Reencuentro de familia, amigos, conocidos, reconocidos, desconocidos, pasos (de los que dejan huellas y de los que no). Caminos, muchos se han caminado, pero la mayoría aún espera.

Un reencuentro sin fin, con miles de puntos suspensivos y éstos (...)

Nota: ¡Ah! lo del nombre de esta entrada fue otro recuerdo, y es que cuando de niño me llevaban al médico por alguna tos, supongo, él me pedía que dijera treinta y tres mientras el frío estetoscopio se calentaba en mi espalda. Eso y porque hace treinta y tres años le andaba pataleando a mi mamá en la panza. Lo último no lo recuerdo, pero así debió ser.