sábado, 29 de septiembre de 2018

Desacostumbrado

Me había acostumbrado a que las palabras enfocaran su sentido hacia la defensa del valor de los propósitos certeros que permite el re-conocer la verdad. La verdad de las acciones donde los asesinatos fueron comunes. La verdad de los (des)propósitos del desplazamiento de la gente de sus tierras. La verdad de la estrategia de desaparecer miles de jóvenes inocentes. La verdad del (sin)sentido de la guerra. La verdad.

Me había acostumbrado a que los sonidos manifestaran sus historias (dolorosas, generalmente) con asombros, con detalles, con fechas, con razones, con ilusiones (a pesar de todo), con voces. Se escucharon los sonidos, las voces, desde los ríos, desde las montañas, desde los nevados, desde los llanos, desde las cordilleras, desde el mar, desde sus playas y desde las islas, incluso se escuchaban más claros los sonidos siempre escuchados de la ciudad.

Me había acostumbrado a la ausencia de acciones, principalmente a aquellas que buscaban interponerse con los latidos de los corazones, con las que preferían silenciar una idea diferente. Me había acostumbrado a las pausas en los estruendos de los gatillos, a las de las balas buscando profundidad entre la sangre caliente.

Entre pausas, entre sonidos, entre palabras un nuevo camino se hacía evidente, no era un camino color de rosa ni mucho menos uno de cuento de hadas, pero de aquel lado, de ese otro, los de atrás, los de adelante, todos salieron a caminarlo, porque finalmente era posible. La posibilidad de dar un paso sin temor a que el siguiente se convirtiera en una explosión estaba presente. Hasta las armas se animaron a hacer una pausa, todas. Por unos segundos, unos minutos, días quizás. Meses tal vez.

De repente, la aún tímida sonrisa dibujada en el aire y en el viento, junto a aquella impalpable sensación de aquello que habíamos decidido llamar esperanza dan un paso atrás, toman aire, hacen silencio y con incredulidad ven pasar por su lado, de nuevo, las almas de quienes decidieron volver creyendo en un futuro lleno de vida, de las lágrimas que se escabullen entre las pieles erizadas de personas que no entienden por qué los suyos fueron los elegidos por las balas que habían cesado, ¿por qué se suspendió la pausa? Los sonidos de las armas vuelven a ser fuertes porque al parecer han vuelto a sentirse respaldadas, sus acciones, extrañamente son bien vistas y retoman su rencor para actuar desapareciendo voces, vidas, esperanzas, verdades.

No quiero acostumbrarme, no de nuevo, a vivir entre la sangre de víctimas y victimarios. A que estemos dedicados a esquivar las balas y a perdernos las oportunidades de ver las semillas germinar, los niños caminar, las personas amar, la vida vivir. No quiero volver a la calma ubicada como fachada, como una enorme cortina que oculta tragedias de comunidades, de ecosistemas, de memorias. No quiero ver el temor diario causado por la guerra que decide acercarse como una avalancha para desaparecer lo que a su paso se encuentre. No quiero volver ahí, no quiero acostumbrarme a vivir con la muerte siendo llamada sin razón.