lunes, 7 de julio de 2014

Doce y cuarenta y seis


Este renglón antes de ser creado,
fue borrado por casi tres minutos,
pues su razón de ser no sería otra
que presentar cada palabra que se atreviera
a tocar los ojos que algún día
miraron cómo el frío violaba una piel, esa piel.

Ahora que las letras se desencadenan,
se debe ser explícito para no causar rencor,
para no causar lágrimas, ni torpes recuerdos,
solo para robar una sonrisa,
esa que nutre dos agujeros que juegan con la brisa,
la nocturna brisa que siempre será testigo,
de tantos abrazos sucedidos al cerrar los ojos,
pero que desaparecieron al abrirlos.

Tantos deseos de hacer y pertenecer,
deseos de sentir el placer tras una simple caricia,
de tomar todas las miradas y despertarlas
quizás inseguras ante un beso sin planear,
pero tras una cortina de un no importa,
pero tras una más oscura de un nunca.

Simples vidas que se encontraron,
y que hoy tientan a la luna
a hacer de las hadas unas alcahuetas
y de las palabras un motivo,
para que siempre permitan en la noche, o en el día
volar entre mentes tan distintas pero tan cercanas,
volar, simplemente volar.


Esto se escribió en Tunja en abril del 2007.