miércoles, 15 de octubre de 2014

Zarzuela, ¡con zeta!

Y a la tercera vez, por alguna razón (o por muchas), los ojos se encharcaron, los míos. Sí, era una historia que se me contaba por tercera vez, ya tenía claros los desenlaces, incluso más que sus meollos, mucho más que su humor, que su amor. Era una historia narrada por diez, veinte, cincuenta, ¿cien personas? (¿más?), quizás no importaba, era una historia y nos narraba una vida, varias vidas a cientos de ojos atentos, que suspiraban, que reían, que aplaudían. Nadie contó personas, todos aplaudieron a un mundo encantado, a ellos, a todos, a él.

Los ojos encharcados, consentidos quizá, se marcharon de su cuerpo dueño y se camuflaron en voces, en rimas, en luces, en ascensos y descensos, en presencias y ausencias, en ritmos, en pulsos, en vientos, en cuerdas. Se camuflaron en manos, brazos y gestos que sabiamente se agitaban, que sutilmente dibujaban el hilo que narraba cada verso acompasado. Se camuflaron en ese escenario, en ese mundo, sí, el encantado; con lo simple, con lo complejo, con el hoy en ese tiempo.

Olvidando el "charco" (de emoción, no de llanto), mantengámonos en el escenario, donde los minutos estaban transcurriendo entre palabras, sentimientos y momentos, justo ahí donde un carnaval de voces nos enseño a sentir, a llevar la respiración a sus ritmos, a abrir al máximo los oídos, los ojos, al máximo los sentidos. Donde los sonidos eran como un latido, no de un corazón, ni de varios corazones, era un latido de todo un cuento, de aquel en el que estábamos inmersos, de aquel al que le seguíamos el pulso, la frecuencia.

Fueron pulsaciones emocionantes, sentidas en vivo, en directo, ahí, con humanos mágicos, con personas convertidas en un escenario, con sincronizadas escenas, con variables ángulos, con sombras que jugaron. Hubo oportunidad, fuimos público, pero estuvimos allí, allá, en la historia; nunca despertamos, fuimos parte, actuamos en ella, el sentimiento estaba, la emoción era masiva. 

Despertamos finalmente, dejamos de actuar, los seres de extraordinarias voces regresaron, los sonidos de aquella oculta orquesta para algunos ojos, se silenciaron, el motor de cada rincón se tomó de las manos con las almas del escenario, agradeció al público, seguramente sintieron que también fuimos partícipes, gracias a ellos, lo habían logrado. El telón se cerró, los aplausos continuaron, la escena de todos reunidos insistía en que la historia acabó, las luces se encargaron de confirmarlo, el coro y los aplausos de quienes habitaron el escenario, también fueron pistas, señas, de que estábamos regresando poco a poco a la vida propia, a esa que abandonamos cuando el telón se abrió.


Felicidades y agradecimientos maestro Rondy, por inspirar y reconstruir vidas desde un escenario atento a gestos y movimientos con los que cobra vida.
Estas palabras surgen minutos después de haber habitado "El castillo misterioso", una zarzuela, sí, aprendí que se escribe con zeta.